21 March 2014

El orgullo negro de Managua

PRESS.  The Journal of Nicaraguans.  Nicaragua

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  • Se mezclan entre los mestizos de la ciudad. Tienen sus espacios de encuentro y en el hogar se habla el creole o inglés. Aún cocinan rundown (rondón), patí y pan de coco. Son los afrodescendientes de Nicaragua que se han establecido en barrios populares de la capital a partir de 1960

Por Róger Almanza G.

Hooker, Hogdson, Campbell, Tobie, Taylor y Prudo son algunos de los apellidos que en Managua suenan a Costa Atlántica. Son apellidos de negros, de esos casi veinte mil afrodescendientes, que de acuerdo con el Censo Nacional de Población y Vivienda 2005, habitan en el país y de los cuales un buen grupo ha llegado a establecerse a la capital.

Viven en barrios como Las Torres, Pedro Joaquín Chamorro, Jardines de Veracruz y Ciudad Jardín, comenta la antropóloga María Dolores Álvarez, docente de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN).

Pero el sector más popular para los afrodescendientes en Managua es Bello Horizonte. Tanto que su nombre empieza a cambiar como “Negrorizonte”, un apodo que los propios costeños le han dado.

En los barrios como el Pedro Joaquín Chamorro, donde viven algunas de las familias de negros o afrodescendientes, el ritmo no falta. Se cuela por las ventanas de las casas y es el sonido de su música. No precisamente el palo de mayo como en el Pacífico se cree. En sus casas suele sonar Bob Marley con su reggae, o un reggae soul o punta garífuna, entre otros ritmos caribeños. Aquí, en los barrios de negros, algunas familias ofrecen de venta la tradicional empanada de carne llamada patí y el redondo y pesado pan de coco. Sus clientes son los mestizos o españoles como suelen nombrar algunos a los originarios del Pacífico de Nicaragua.

Pero es en Bello Horizonte donde los afrodescendientes se reúnen y encuentran varios espacios donde compartir y mantener la herencia cultural viva: su lengua y la música.

Entre mesas y ritmos caribeños, el inglés creole o el inglés estándar se confunden en las pláticas, el español se pierde y solo uno que otro mestizo del Pacífico que gusta del ambiente costeño habla en español.

Al sur de la rotonda de Bello Horizonte está el bar Bloque Costeño, con casi veinte años de funcionar. Aquí, esta noche se reencuentran amigos de la infancia separados desde hace décadas y dos hermanos, Shelby Chon Ingle y Kerry Chon Downs se encuentran después de tres años de no verse.

El Bloque o Club Costeño como lo llaman los clientes es el espacio donde los negros descendientes de los africanos prefieren ir cada noche, no importa el día. “Siempre hay un negro con quien compartir”, dice Luisa Ortega, caribeña y modelo que radica en Managua y es la dueña del lugar.

EN BUSCA DE EDUCACIÓN


La antropóloga María Dolores Álvarez explica que los negros empiezan a venir a Managua buscando educación. “Hay mayor interés de negros por educarse que de indígenas. Los negros tienen más ímpetu para ser académicos. Es por los años veinte y treinta cuando los negros tienen más acceso a mejor remuneración por su trabajo en las minas y enclaves de bananos y madera. Empiezan a estudiar”, comenta Álvarez.

El Colegio Bautista fue el primero que aceptó a niños negros, en los años sesenta. De acuerdo con los datos recopilados por Álvarez, este fue el único colegio que en esa década aceptó una colonia de afrodescendientes. En la misma década, los antropólogos ubican una de las más importantes oleadas de inmigrantes negros hacia Managua.

“Lo más complicado fue que aquí en el Pacífico no miraban con buenos ojos a los negros, eran vistos como esclavos. La ideología de los años sesenta fue muy discriminatoria. Fue entonces que los negros se esforzaron por destacarse en diversas áreas, además de la académica, cultural y los negocios y muchos en esa época se van a Jamaica, Miami y Nueva York”, comenta Álvarez, quien calcula que en ese entonces al menos cien familias se habían establecido en la capital.

Otros antropólogos destacan que las primeras migraciones en los años sesenta se caracterizan porque fueron familias con alguna solvencia económica y que podían enviar a sus hijos a las universidades.

Hoy por hoy, las generaciones más jóvenes tienen en común la pertenencia de familias que se han mantenido en el tiempo, gozan de un linaje, son la tercera generación de los negros que llegaron a Managua hace medio siglo.

Si bien, la educación fue la principal razón de inmigración de los afrodescendientes a Managua, para Cora Luisa Antonio, superintendente de las iglesias moravas, las fuentes de trabajo son una razón igual de importante y que siguen teniendo peso al momento en que un afrodescendiente decide inmigrar a Managua.

AL ENCUENTRO DE SU GENTE


Álvarez comenta que no existe una identidad clara de afrodescendientes, al menos entre ellos.

“Desde la identidad negra, el ser negro es la forma más digna de identificarse. Se autodenominan negros o black people”.

“Soy africano nacido en Bluefields” se presenta Washington HODSON, de 60 años, y que a los 18 años llegó a Managua como pelotero y representante de la costa Caribe en el campeonato nacional de baseball de los años setenta.

Se quedó viviendo en Managua y su descendencia es mestiza. Extraña su tierra, pero ya siente estar acostumbrado a esta ciudad. “Siempre hubo roce con los del Pacífico, pero siempre he creído que es el resultado de la ignorancia, porque no conocen su realidad ni su propia historia”.

Hoy su casa se ha convertido desde hace 15 años en un punto de referencia para los costeños en Managua. La convirtió en un restaurante de comida costeña, llamado Bambule en el barrio Pedro Joaquín Chamorro.

Aquí las historias surgen solas entre los costeños, la mayoría afrodescendiente, mientras vuelven a sentir el sabor que crearon sus ancestros. Pero no es solo la comida, al costeño le gusta el ambiente, Bambule, construido de madera y decoración caribeña, los encierra en un momento en las tierras de sus abuelos.

Sus dos sobrinos más jóvenes se mudaron con él hace unos meses, Mishelly Budier Taylor de 22 años y Keyshon Dudley Taylor de 17. Han venido a estudiar y no sienten el mencionado “choque cultural” que su tío Washington menciona a veces, cuando recuerda su llegada a Managua.

Los jóvenes originarios de Bluefields no se han topado con discriminación ni con problemas del idioma, más bien se han sabido adaptar con rapidez y no pretenden volver a la Costa Atlántica sin haber terminado la carrera universitaria.

El contacto negro en Managua


Falta una hora para la medianoche y los bares y discos caribeños en Bello Horizonte empiezan a llenarse. Reciben cada noche a grupos de afrodescendientes de la tercera generación que no nacieron en la Costa Atlántica, pero que están orgullosos de sus raíces negras.

En estos centros nocturnos suena el reggae, música soca que anima a los negros y negras jóvenes, quizá mayores de 18 años, pero no pasan la barrera de los 25, en su mayoría. Todos estos lugares ubicados en la rotonda de Bello Horizonte.

Álvarez cree que esta última generación es la que podría desarticular la cultura de los afrodescendientes que viven en Managua.

“La gente de la primera generación vive su nostalgia y su vínculo con su abuela, esta generación ha muerto, es gente que empezó a venir en los años veinte. Por otro lado, los negros que llegaron a Managua en los años sesenta se autodenominan negros y comen su comida tradicional y visitan las iglesias moravas. Los hijos de esta generación ya son nacidos en Managua y son negros con identidad negra total, pero sus hijos, una siguiente generación, empiezan a vincularse más con el mundo mestizo. Están obligados a hablar más el español porque se integran al sistema educativo donde no tienen un enfoque de su cultura e historia”, destaca Álvarez.

Sin embargo, los riesgos de que su cultura se pierda se trata de recuperar en casa, las familias cocinan sus comidas tradicionales y no hablan español.

Los negros en Managua se identifican entre sí no solo por el color sino por la pertenencia a un clan familiar. “Tiene preferencia por la forma de vida urbana, por los alimentos de su tierra y la religión morava y algunos rastros de la cultura ancestral africana y mantienen la creencia en sus ancestros”, comenta la antropóloga María Dolores Álvarez.

Aunque son pocos, el impacto y el aporte a la multiculturalidad en el país es grande. Han logrado destacar en ejes como el deportivo, y las artes como June Beer y en la danza, Gloria Bacon. En la literatura, David Macfields y Carlos Rigby, entre otros.

Actualmente los afrodescendientes ocupan espacios importantes en la política como Francisco Campbell, embajador de Nicaragua en Washington. Humberto Campbell dirige la secretaría para el desarrollo del Caribe. Valdrack Jaentschke , vicecanciller de Cooperación Externa o Bridget Boudier diputada al Parlacen.

Orgullo de “black people”


Al negro o descendiente afro se le puede definir por la persistencia en su cultura y ese sentido de orgullo impregnado por el referente inglés, su lengua y la manera en que se ven.

También existe la magia. Los negros desarrollan magia en los alimentos. “Si una persona te quiere enamorar te pone en la comida “algo”, ellos lo llaman “sontín”, que viene del inglés “something”.

Además hay magia que puede hacer daño. Álvarez explica que “si se hizo un daño, hay una mezcla de autocastigo, como creencia mágica de que lo han hechizado y quitar el hechizo incluye pedir perdón o revertir el daño”.

Los afrodescendientes que inmigraron a Managua siempre tuvieron que afrontar los prejuicios y los estigmas de un pueblo desconocido. Ahora hay mayor multiculturalidad y hay mayor reconocimiento y la nueva generación tiene mayor ventaja, pero no se asimilan totalmente a la cultura del Pacífico. Jamás se desvincularán de la Costa Atlántica de Nicaragua.